Es uno de los grandes retos del ser humano desde que el mundo es mundo, sobre todo porque el amor incondicional es escaso en la vida cotidiana y nos cuesta darlo y recibirlo de los demás.
Amor incondicional es amar al otro, incluso cuando el otro no es capaz de amarse a sí mismo.
Quererle incluso cuando él no se quiere. Quererle incluso cuando no nos quiere.
Darle amor incluso cuando no se deja, no nos lo permite o cree no merecerlo y se aparta de nosotros, nos agrede, nos teme, nos juzga, se juzga y se enreda con nosotros en las formas más peregrinas.
Amarlo y amarlo así, sin esperar nada.
Esa es la clase de amor que deberíamos intentar dar al otro, pero no siempre es posible, me atrevería a decir que nunca.
Y es que pasa que por las situaciones que vivimos o miramos de otros, uno tiende a ponerse límites para protegerse del maltrato… a veces el abandono, la agresión, o la falta de empatía hacia nosotros por parte del otro es también una forma de maltrato… y uno tiene que poner distancia.
Otras veces cargamos al otro con nuestras excesivas expectativas, esperando que se comporte de ésta o esa manera, que nos quiera, que sea de éste o ese modo.
Pero incluso cuando el otro no es lo que esperamos, podemos amarle de corazón.
Cuando la relación se hace insoportable, lo mejor que hay que hacer es alejarse, separarse, quererlos de otra manera en la distancia o incluso dejar de quererlos si eso nos daña, porque también debemos de querernos nosotros.
En ningún lugar está escrito que tengamos que sacrificarnos o querer muchísimo a todo el mundo durante todo el tiempo a costa de nuestra salud e integridad emocional.
Hay gente que sencillamente no se deja querer, otra que no es capaz de correspondernos… Ese es su problema, no el nuestro.
Si después de haberlo intentado, intentado con ganas, no lo conseguimos, separémonos, será lo mejor.
Se que no es fácil, nunca lo es, sobre todo porque a veces el que tenemos al lado nos lo pone fatal (sobre todo si nos agrede, ignora o maltrata… o vivimos enganchados en una trama de lealtad ciega, dependencia o agradecimiento que nos puede consumir la vida).
En caso de maltrato o agresión, los límites han de ser muy claros. Aquí el amor incondicional se suprime, porque también nos debemos amor a nosotros mismos y dejarnos maltratar por los demás no es amarse como uno debería.
Aceptar al otro supone amarlo con todo su paquete de defectos e inseguridades, con toda su neurósis o su psicósis.
Quererlo cuando menos se merece que lo quieran. "Quiéreme cuando menos lo merezca, porque es cuando más lo necesito". Esta frase me encanta y es tan cierta como que hay un cielo y un sol cada mañana.
Pero no siempre contemplamos que las personas tienen su momento y sus propias dificultades. Que están viviendo un proceso. Que quizá no pueden, no saben, no lo logran o no llegan.
Que están bloqueadas, que no saben hacerlo mejor, incluso que no es su momento para la amar y quizá nunca lo sea.
Amar al otro por lo que es, apreciarlo y dejarlo ser, dejarle existir, elegir, equivocarse, tropezar y levantarse… Para ello es fundamental respetar los tiempos de la persona, su momento personal, su capacidad de entrega y su capacidad para confiarse al otro, así como su capacidad para autosanarse y cambiar, si es que deben hacerlo.
Respetar sus decisiones, aunque nos parezcan erradas, respetar su identidad personal, sus gustos, sus querencias, respetarlos aunque no los compartamos, aunque nos duelan, aunque choquen frontalmente con nuestro sistema de creencias o incluso aunque estemos constatando que son errores garrafales… El otro debe aprender por si mismo, no somos quien para inmiscuirnos.
Hay gente que de momento no puede, gente que tendrá que esperar o que se enfrenta a grandes obstáculos y frenos interiores.
Enfocarse en empujar, en que se esfuercen más, es perder el tiempo y no respetarles, es hacerles incluso daño.
Las cosas deben fluir solas o si no, no funcionarán.
Del mismo modo, nos convendría aceptar que en la vida no hemos venido para cambiar y arreglar a nadie, porque todo está bien, la gente es como es y, porque nadie tiene que ser arreglado por nadie más que él mismo.
Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando aprendemos a ver con amor a una persona imperfecta.
Y a veces esa persona imperfecta, somos nosotros mismos.